sábado, 14 de febrero de 2009

¡Qué más da ocho que ochenta!

¡Qué más da ocho que ochenta si, al final, en el momento importante darías ochenta y ocho por resolver el entuerto!

Por lo general, soy muy agradecida con la vida; así que prácticamente todos los días tengo momentos de lucidez en los que pienso cuán feliz soy con lo que tengo. Pero cuando me pasa el éxtasis arguyo mil y una soluciones para paliar esta crisis (que se ha merendado parte de mi salario alegando no sé que "maximización de recursos") y me vienen a la cabeza una retahíla de cosas materiales que "habría que ir renovando" (léase, un ordenador, un televisor, un coche).

Luego, disfrutando de la generosidad de los míos, vuelve la racionalidad a mi cabeza y acabo deseando seguir sintiendo esta felicidad banal de las pequeñas cosas 'per secula seculorum'. Y entonces, me imagino con la misma complicidad con Roberto, viendo crecer a mis sobrinas y envejecer a mis hermanos y a mi madre; me veo compartiendo risas con mis amigos y disfrutando de un tarde libre o de una siesta en el sofá...

Repaso y repaso la batería de momentos que desearía tener en el futuro y no hay nada material entre ellos; porque cuando ya has perdido a un padre o cuando tienes miedo de que tu madre no supere una operación sabes que lo único que puede animarte es esa estabilidad con él, la ingenuidad de una sobrina, las llamadas de tus amigos, esa cabezadita en el sofá (o en la butaca del hospital) y esa tarde de asueto para respirar hondo y tomar impulso.

¡Qué más da ocho que ochenta si...

... al final, en el momento importante no hay cuenta corriente que soborne al transcurso de la vida!

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