viernes, 31 de octubre de 2008

Un chicle pegado en la frente

Siempre fui la rara de la clase. No me gané el título con un mote ridículo o con burlas goteantes. Mi salud mental infantil no tuvo que aguantar ser la gafotas, ni la pava, ni la gorda, ni la burra, yo simplemente fui "la que hablaba en castellano". ¡Ohhh!

Se hacía el silencio cada vez que alguien nuevo me escuchaba hablar. ¿Eres de Muro?, me preguntaban. Y tras mi confirmación ponían cara de circunstancia como si llevara un chicle pegado en la frente y no supieran cómo decirme que les daba asco mirarme con aquello pegado.

Sí, me crié en Muro de Alcoy, y contrariamente al 99% de su población, en mi casa se hablaba en castellano. No por capricho, sino porque éramos prácticos. Mi padre era de Albacete (hablaba castellano) y mi madre, que es valenciana de pura cepa, decidió que si quería entenderse con su novio -luego su marido- tendrían que hablar castellano.

La voluntad de ambos desde un primer momento fue entenderse y su lengua vehicular fue ésta. Cuando nací yo decidieron educarme en castellano. Era lo más coherente teniendo en cuenta que en casa se expresaban en esta lengua, sin embargo, mi madre y mi abuela no renunciaron nunca a hablarme en valenciano.

Aprendí ambas lenguas, pero confieso que yo pienso en castellano. Todos pensamos en una y yo me siento más cómoda y segura con ésta, ¡qué le voy a hacer! Y por esto tuve que dar tantas explicaciones como gente nueva conocía. Hasta que llegué a la universidad. Allí la mente de todos se abrió.

Gallegos, catalanes, madrileños, onubenses, murianos, alicantinos... Todos empleábamos el castellano para entendernos ¿Por qué? Porque era el idioma que locutor e interlocutor conocíamos. Porque había voluntad de comunicarse. Sabíamos que hablar en castellano a un gallego no era renunciar a nuestra lengua valenciana.

Había dejado atrás esta sensación de bicho raro castellanohablante cuando hace dos días, de nuevo, he sido calificada como "la que habla en castellano" (en sentido despectivo).

La verdad es que yo también me lo ha ganado porque me he dirigido en castellano a una funcionaria de la Conselleria de Cultura de las Islas Baleares y ya se sabe que eso es delito aquí en este peñón.

Hace dos días pregunté en la Conselleria si me podían convalidar mis estudios de valenciano por el certificado de catalán. Vamos, el mismo perro con diferentes collares. Así de ridícula es la burocracia. Sin embargo, la funcionaria que me atendió me aseguró que el catalán y el valenciano no eran lo mismo y tomó como dato objetivo que yo le hablase en castellano para valorar con su compañero que no lo merecía. "¿Se pueden convalidar los estudios de valenciano por los de catalán? No ¿verdad? Además, es una chica que habla castellano", se dirigió a su colega.

Le pareció determinante este último dato para pensar que no merecía convalidación porque, de saber la lengua, no la usaba para hablar con ella. Vamos, que me crucificó y no estaba en el Via Crucis.

Así que después de 15 años estudiando valenciano acabo de pagar la tasa del examen de catalán. Yo ahora me voy a estudiar para el examen. Espero que el Govern hinque también los codos y vuelva a las aulas a aprender desde cero que la lengua es un vehículo de expresión, no de entorpecimiento. No sé si me explico...

jueves, 30 de octubre de 2008

A mi imagen y semejanza

Me pasa que soy muy echá pa' alante. A menudo pienso que hacer las cosas sólo es cuestión de voluntad y con esta premisa acumulo multitud de iniciativas. A posteriori, me doy cuenta de que éstas no se hacen solas y que mi impulsivo idealismo me lleva a tener a diario más frentes abiertos de los que puedo asumir.

Así soy. Una persona a la que, por ejemplo, le seducen cientos de títulos de libros, a la que no le da pereza ir a la biblioteca a tomarlos prestados, que saca tiempo por las noches para dedicarle un rato a la lectura, pero que luego amontona en la mesita de noche un arsenal de obras pendientes.

Esta soy yo. Una persona cuya carta de presentación no es otra que la de una idealista que ha creado un blog porque un día pensó que, como con los libros, sería una buena idea iniciarlo.
Así me obligaría a escribir y acercarme más al Periodismo, más cerca de lo que estoy ahora a pesar de que trabajo en un medio de comunicación. ¡Paradójico, verdad! Eso sí, nada de pretensiones. "Mi blog hablará de lo que me pase por la cabeza", ideé enseguida. Contaré lo que me inquiete. Homenajearé a las personas a las que quiero. Hablaré de lo que surja. Porque, claro, una sabe que no es Victoria Prego, ni tiene tantos recursos.

Admitidas mis limitaciones, aquí estoy, en este berenjenal. Con el miedo en el cuerpo por tener un blog activado y vacío y no saber si voy a poder escribir en él siempre que quiera; si voy a llenarlo con textos todo lo especiales y personales que quisiera... Y reflexionando, he descubierto que antes de andar ya me había parado por el miedo, por la autoexigencia.

Tras varios días en sequía he decidido que mi blog merecía una explicación y una oportunidad. Y lo voy a intentar. Voy a intentar darte vida, moldearte a mi imagen y semejanza. Sabes que no busco protagonismo, ni entidad. Lo haré por satisfacción personal. (Bueno, y por no escuchar a ese pepito grillo que no para de recordarme "tienes que actualizarlo"). Sí, quiero.

Porque te lo has currado. Porque me has ilusionado. Porque me has esperado pacientemente estos días. Porque ahora mismo me estás ayudando a realizarme. Porque lo importante en la vida es comprometerse con las cosas, aunque no acaben siendo lo ideales que pensamos. Y, aunque en mis sueños fuiste ese blog periódicamente actualizado y con textos espléndidos y especiales, hoy los dos sabemos que ni tú registrarás tantas visitas como Google, ni yo acabaré siendo Victoria Prego. Y nos da igual.

No sé si me explico. Nunca un mal comienzo es determinante. Tú, como Pablo Picasso, naciste sin oxígeno. Hoy te doy el humo que necesitas para vivir (pero sin puro, ya sabes que no fumo).