Tal vez, como diría Mark Twain, la vida sería infinitamente más feliz si pudiéramos nacer a los ochenta años e irnos acercando poco a poco a los dieciocho. Si fuera así, yo ahora mismo tendría 53 años y Marujita Díaz, que rondaría los -20, estaría ligoteando con algún yogurín en el útero materno del limbo.
Hace 9 días cumplí 53 años, bueno en realidad en mi DNI pone 27; pero yo hoy querría vivir en ese mundo descendente que proponía Twain. Iría a mi bautizo en muletas y artrosis, pero en mi confirmación ya podría celebrar mi jubilación. Con toda la experiencia del mundo y cada vez menos achaques, me imagino dirigiendo un periódico (oye, por qué no) con una vida acomodada y estable.
Cada año que pasase sería más joven e iría reduciendo mis obligaciones. De redactora jefa a jefa de sección... hasta llegar a ser becaria. ¡Qué gozada! Con toda la experiencia de los años, pero sin varices, ni colesterol y con todos los dientes para darle un buen mordisco a la vida.
La recompensa al final de la vida serían un cuerpo lleno de vitalidad y una marcada propensión hacia la imprudencia... Ya nadie nos podría dejar alegando que somos unos "críos"... ¡La inmadurez sería el curso hacia donde se dirigiese la vida! Y estaría bien visto.
Con dieciocho años (la mejor edad, sin lugar a dudas, de todas las que he vivido) y jubilada me iría de interrail, haría un erasmus y estudiaría lo que me gustase (sin miedo a las salidas profesionales). Entonces sería abogada o azafata de vuelo. Y el final de mis días sería todo lo inconsciente que me permitiese la infancia.
Entonces sería una Mayte diferente a la de hoy. No sé si mejor o peor, pero seguro que diferente. Y eso me da que pensar sobre si estoy aprovechando mi juventud o ya nací vieja.
martes, 18 de noviembre de 2008
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