Siempre fui la rara de la clase. No me gané el título con un mote ridículo o con burlas goteantes. Mi salud mental infantil no tuvo que aguantar ser la gafotas, ni la pava, ni la gorda, ni la burra, yo simplemente fui "la que hablaba en castellano". ¡Ohhh!
Se hacía el silencio cada vez que alguien nuevo me escuchaba hablar. ¿Eres de Muro?, me preguntaban. Y tras mi confirmación ponían cara de circunstancia como si llevara un chicle pegado en la frente y no supieran cómo decirme que les daba asco mirarme con aquello pegado.
Sí, me crié en Muro de Alcoy, y contrariamente al 99% de su población, en mi casa se hablaba en castellano. No por capricho, sino porque éramos prácticos. Mi padre era de Albacete (hablaba castellano) y mi madre, que es valenciana de pura cepa, decidió que si quería entenderse con su novio -luego su marido- tendrían que hablar castellano.
La voluntad de ambos desde un primer momento fue entenderse y su lengua vehicular fue ésta. Cuando nací yo decidieron educarme en castellano. Era lo más coherente teniendo en cuenta que en casa se expresaban en esta lengua, sin embargo, mi madre y mi abuela no renunciaron nunca a hablarme en valenciano.
Aprendí ambas lenguas, pero confieso que yo pienso en castellano. Todos pensamos en una y yo me siento más cómoda y segura con ésta, ¡qué le voy a hacer! Y por esto tuve que dar tantas explicaciones como gente nueva conocía. Hasta que llegué a la universidad. Allí la mente de todos se abrió.
Gallegos, catalanes, madrileños, onubenses, murianos, alicantinos... Todos empleábamos el castellano para entendernos ¿Por qué? Porque era el idioma que locutor e interlocutor conocíamos. Porque había voluntad de comunicarse. Sabíamos que hablar en castellano a un gallego no era renunciar a nuestra lengua valenciana.
Había dejado atrás esta sensación de bicho raro castellanohablante cuando hace dos días, de nuevo, he sido calificada como "la que habla en castellano" (en sentido despectivo).
La verdad es que yo también me lo ha ganado porque me he dirigido en castellano a una funcionaria de la Conselleria de Cultura de las Islas Baleares y ya se sabe que eso es delito aquí en este peñón.
Hace dos días pregunté en la Conselleria si me podían convalidar mis estudios de valenciano por el certificado de catalán. Vamos, el mismo perro con diferentes collares. Así de ridícula es la burocracia. Sin embargo, la funcionaria que me atendió me aseguró que el catalán y el valenciano no eran lo mismo y tomó como dato objetivo que yo le hablase en castellano para valorar con su compañero que no lo merecía. "¿Se pueden convalidar los estudios de valenciano por los de catalán? No ¿verdad? Además, es una chica que habla castellano", se dirigió a su colega.
Le pareció determinante este último dato para pensar que no merecía convalidación porque, de saber la lengua, no la usaba para hablar con ella. Vamos, que me crucificó y no estaba en el Via Crucis.
Así que después de 15 años estudiando valenciano acabo de pagar la tasa del examen de catalán. Yo ahora me voy a estudiar para el examen. Espero que el Govern hinque también los codos y vuelva a las aulas a aprender desde cero que la lengua es un vehículo de expresión, no de entorpecimiento. No sé si me explico...
viernes, 31 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario